lunes, 8 de marzo de 2010

El Campo de Flores Amarillas



Aquella solitaria y calurosa noche habría de quedar grabada a fuego en mi retina, en la tuya y en la de todo el resto. Estando plácidamente dormido mientras tu recuerdo vagaba por mi simiente en estado inmaterial. Desperté abriendo solamente un ojo para percatarme que todo estaba silencioso, quizás más que de costumbre en el basto paraje de flores amarillas que nos separaban en esa hora quieta. El destino nos es a todos desconocido hasta que se manifiesta de las formas menos esperadas, la naturaleza se deja sentir el tiempo suficiente como para tener tiempo de reflexionar acerca de lo que nuestro cerebro pueda invocar en, este caso, dos minutos. Estando yo muy lejos de nuestra casa bañada e iluminada por la luz de nuestros corazones, me sentí culpable de no poder abrazarte y decirte que todo estaba bien, ya que como le sucede a menudo al viajero, las noticias llegan tarde y el deseo de estar nuevamente en nuestro hogar de madera y chimenea de piedra corrompió mi corazón y me hizo pensar primero en tu propia seguridad, a pesar de que me pareció estar parado sobre un toro enfurecido en la altura provisoria de la edificación donde me encontré.

Vi a través de mi ventana explosiones y rayos en la oscura noche, perros aullando y transmitiendo voces inverosímiles en la negrura de la oscuridad solar que nos desprotegió. Ya no hay luces, paró el movimiento que no me permitía estar de pié y que arrojó al suelo con vehemencia todo aquello que construyó mi trabajo previo y que realmente nunca necesité. Grietas y ruidos pude ver en un segundo de silencio entre quienes me rodeaban y en un microsegundo sentí tu rostro, tu recuerdo, el amor, el miedo y la incertidumbre. Recuerdo haberme vestido con mi mejor traje de batalla apocalíptica y haberme pertrechado con agua y linternas, tomado mi trabajo ahorrado y preparándome para acudir en ayuda de quien lo necesitase. Me abrí camino entre la espesa oscuridad, ayudé a escapar del tormento del encierro a quienes clamaban por aire y libertad. Habiendo cumplido mi tarea, y habiendo esperado por algo de luz del Sol (…y dentro de mi alma esperando ver un nuevo advenimiento del Solar) tomé mi caballo bípedo y emprendí una frenética carrera por entre los vidrios rotos, escombros de las iglesias y edificios en ruinas de la calle Huérfanos. La estrella más cercana, la doncella de blanco y rojo, me era inubicable entre el frenético ir y venir de personas incomunicadas en la hora fatídica que ella sintió como tú y yo. Sabiéndote preocupada reformulé mi rumbo y olvidé el cansancio y el peso de la ropa de batalla que llevaba. Desde ese momento, luego de desear lo mejor y asegurarme de que todo estaba bien ahí, emprendí a toda velocidad mi ruta hacia el mar, tal como lo clamó mi alma, mente y corazón. Solo sé que no paré de andar en más de una hora con tu rostro en mi retina y mi deseo de abrazarte otra vez. Seguí, y en el camino sentí fuertes réplicas de las fuertes voces que emite la tierra desde su interior; y cuyo estruendo reflotó el temor de los hombres bajo la casa de Piscis en nuestro hemisferio ya unos milisegundos más cortos.

Y recordé el mal que han hecho los hombres.
Y la distancia me pareció irreal.
Con un juramento vacío, con el peso de esta alma cansada de ver torturas.
Quise verme dormido entre gusanos, solo si te sabía viva, Amor.

Y esa fue la hora de mi juramento eterno a los Dioses, quienes me veían en esa hora elevar la más pura plegaria silenciosa, clamando por la buenaventuranza de mis hermanos todos. Sean los nuevos, los viejos, los útiles, los ignorantes, los incrédulos ante el poder de Elohim, los ancianos, los muertos y los nonatos. Mi mente toca el punto de Hadit y se hace una con el universo y las estrellas que me escucharon. Los bienes materiales no significan nada ante el ojo del verdadero Padre de la Creación, que está más allá del terrible infierno de los Igigis e incluso más allá de los mismos arquitectos de los Annunaki.
Mi universo era el tuyo y el de los demás, mi deseo fue ver a través del tiempo el como se repone todo lo destruido. Y con esa nueva fuerza, que no es más que toda la fuerza del universo, seguí. Pues sin saberlo a ciencia cierta, esperaba el más cálido abrazo de la que ama al mar.
¿Puedes decirme ahora si sentiste el miedo de alejarte del Mago?

A través de los insondables espacios de la mente humana, donde no cabe el amor, sé que deseaste verme cabalgar arrasando esas flores amarillas a toda velocidad en dirección a ti. A medio camino lograste comunicarte conmigo para decirme que todo estaba bien, para comunicarme lo que quería saber, y en unos minutos más, llegaría a abrazar a quien me espera silente más allá del miedo y la incertidumbre. A ti, que estas más allá del amor superfluo de una palabra de sentido inentendible para los una vez nacidos. A lo lejos, y ya con el sol naciente en mi espalda te vi. Nuestro campo fértil e inmenso de flores amarillas se ve resplandeciente saludando feliz nuestro amor. He ganado más de lo que perdí la noche anterior a este relato, y ese tesoro que encontré al final de mi búsqueda no es más que el amor. Nada más importa, cariño mío. Con un abrazo te digo con todas mis fuerzas: Todo va a estar bien.

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