miércoles, 13 de enero de 2010

Se ha roto una Estrella

(Este texto ha sido encontrado en una caja muy vieja llena de cosas que pertenecieron al antiguo dueño de esta casa que estoy acondicionando para vivir luego de haberme casado hace muy poco, estaba oculta en un hueco cavado entre el muro y el piso de lo que será la habitación de mi hijo que está por nacer. El texto original se encuentra muy deteriorado por todos los años que debe poseer. No soy aficionado a la literatura ni mucho menos, solo quise publicarla tal y como la encontré.)
P.S.V.B 2010


- Se ha roto una estrella. Fue lo que dije silencioso, estando una noche en la cima de un cerro, muy lejos de las casas, su gente y sus luces a las que me he acostumbrado todos estos años. Fui testigo de esto hace muy poco tiempo, ya que recién había obtenido un telescopio de la mano de un viejo solitario que me lo vendió en una suma relativamente asequible. Con mucha emoción y con prácticamente nulos conocimientos sobre astronomía me avoqué a la tarea de investigar el cosmos por mi cuenta. El escenario de mi nueva obsesión es un cerro de material rocoso y con vegetación como zarzas y espinos, su cumbre se alza hasta los 256 metros de altura. Desde ahí, y a lo lejos se pueden apreciar diminutas las casas y los grandes campos de plantaciones agrícolas que a su alrededor dominan un vasto paisaje donde el poblado más cercano queda a 7 kilómetros desde el punto de observación. El silencio y la tranquilidad expectante dominaban la escena de mi solitaria excursión en esas alturas, por lo que después de un rato de observar y meditar cosas ya sin importancia es que preparé el trípode que sirve de base para el aparato cuyo sistema de lentes me permitiría en unos instantes ver mucho más lejos de lo que son capaces mis ojos. Una vez listo y preparado lo fijé en dirección a la constelación de Geminis y observé sus astros, reconocí claramente la estrella supergigante amarilla Geminorum Mebsuta. Impresionado con mi nueva experiencia no pude más que desear no pensar en nada y solo contemplar la lejanísima inmensidad del negro y vacío espacio que nos separaba a esa hora, donde nuestros tiempos no coincidían y los siglos se transformaban en segundos y viceversa, para quien pudiese estar observando en esta dirección desde ese punto en ese “instante que no es instante” donde solo la ley de sincronicidad me permite pensar que tal cosa pueda ser posible. Luego de unos minutos en el más sepulcral silencio de mi alma corrupta descendí el ángulo de visión en 90 grados hacia el sur, pero de manera lenta y pausada.

Me vi en la obligación de escribir este testimonio porque no sabía en ese momento si existía algún cuerpo celeste en la nebulosa NGC 2238 que está a la izquierda del codo flectado de Orión. Me refiero a una estrella de un brillo muy pálido que no pude ver sin el aparato. Pude verla cambiando de forma, aunque es probable que hubiesen sido dos estrellas superpuestas de manera que sus luces provocaran la sensación de mutación del astro, se hacía enorme en unos segundos, y luego parecía reducir su tamaño hasta un cuarto de su máxima faz. A su alredor vi como el cúmulo de estrellas se iba acercando peligrosamente al centro de los destellos de luz, y sentí en mi interior un miedo inmenso que abracé irremediablemente como mío desde antes de mi nacimiento, incluso de más atrás, todo mi cuerpo se paralizó en un invisible espasmo de horror e impotencia. ¿Moriría la persona que me ve? Pensaba mientras contemplaba la muerte de una estrella y toda su civilización. En mi corazón pude sentir la desesperación en los gritos, llantos y oraciones de millones de seres que ya no tendrían la oportunidad de vivir, aprender y contemplar, amar y ser amados. Sin quererlo y producto de un dolor inmenso regalé una lágrima solitaria al frío viento de la noche, sintiendo en mi interior el más terrible e intenso ardor que jamás pensé que podía soportar, sentí el dolor en la muerte de un abuelo, de un familiar, de un amigo y de una mascota recorrían con potente y eléctrica fluidez a través de mi cuerpo al mismo tiempo todos juntos, atravesando mi pecho y haciendo pedazos mi alma al saber que fui yo quien había imaginado malévolamente tal barbarie solo segundos antes de su ejecución.

Sin parar de mirar y sentir la muerte de todo un sistema de estrellas binarias que se complementan y necesitan, como lo hacen un par de amantes sinceros, es que de pronto, y por causas que solo puedo llegar a conjeturar, una de las estrellas genera una gravedad tal de atraer a su hermana y colisionar monumentalmente a millones de kilómetros de acá, solo para mis ojos en esta fría noche estrellada (y una implosión fuerte y seca en mi pupila). Se rompe todo un sistema de vida, se esfuma una armonía reciproca a nivel atómico, se desvanecen millones de sueños, se rompe la esperanza entre sus seres, desapareciendo el amor además de todo vestigio de sabiduría y conocimiento. Queda abolida la voluntad en esa zona de la galaxia en un instante, y acá una sola persona y todo su universo muere, por una decisión no meditada por querer ver algo espantoso.

He sentido el miedo desde ese momento, pero más siento la culpa de destruir gratuitamente los sueños y la vida de civilizaciones completas. Llevo el estigma y llevo clavada a fuego la declaración y el juicio final de odio que me ha estampado la naturaleza por la magnitud de mi crimen. ¿Acaso he fallado en comprender el significado de las letras escritas por Dios en el firmamento? ¿Por haber actuado involuntariamente, pensando solo en su destrucción, debo merecer el lugar más solo, podrido y mal oliente del infierno eterno?

Es esta culpa, este dolor que no ha dejado de azotarme desde que vi con horror, al final de la noche el como su luz se extinguía y el universo completo se hacía un poco más silencioso. Es este dolor que no me deja tragar, dormir o comunicarme de otra forma que no sea en este pedazo de papel en cuya superficie voy escribiendo esta sentencia de muerte. Solo me queda la pequeña esperanza de ser perdonado por el cosmos. Mientras me acerco al final de este texto me preparo para decir hasta pronto, me voy con el más ferviente deseo de reconstruir todo un maravilloso universo colmado de amor en algún sitio del tiempo, mi tiempo acá se agotó. Digo adiós a quien encuentre esta carta dentro de la botella que la contiene. No firmo porque he muerto hace días, camino sin alma entre los hombres desde que saqué mi ojo derecho del visor del telescopio, he sido drenado completamente gracias a las lágrimas provocadas por la culpa y la completa falta de autocomplacencia.

No declaro voluntad final, solo me entrego a las manos del Ser Supremo y dejo que las vibraciones de extrema pena me acompañen por el Bardo. Quiero volver, pero volver lejos de la idea de odio y orgullo, solo más cerca del amor y la luz.
-Se ha roto una estrella. Puedo solamente decir al final.